No hay opción (nunca la hubo).
Caminando por el mismo camino de
siempre, a pesar de haber intentado cambiar de ruta. Las zarzas me han
llenado de callos las piernas, y las ansias por oler y sentir se han
convertido en arena.
Las flores, los parajes que
busqué durante años con tanta perseverancia, ya no significan ni de
lejos lo que significaron para mí. De todos los caminos que escogí, uno
tras otro, he ido perdiendo la motivación, y la belleza que había en
ellos se ha quemado por el calor. ¿Han cambiado ellos, o he cambiado yo?
Cada
vez más árido, más triste, más feo. De tantas opciones, ahora sólo
parece que una: vagar por este desierto, sin razón alguna y sin
consciencia, muriendo y sin lugar en el que caer muerto, sin saber
exactamente por qué, subsistiendo con las migas que encuentro y con las
pequeñas dosis de droga que fabrico y autoconsumo.
Como
una telaraña que entrelaza caminos, para acabar uniendo todos sus hilos
en una gran parte central, en la que me hallo atrapado, preguntándome
si ha valido la pena llegar hasta aquí y si encontraré algún oasis en el
que subsistir, antes de que me devore el tiempo.
Todo
el deseo dirigía a la búsqueda, y la búsqueda al golpe, y el golpe a la
apatía de estar en un sitio en el que no quieres estar, pero en el que
crees profundamente estar atrapado y del que crees que nunca escaparás,
porque tampoco hay vuelta atrás.