viernes, 2 de diciembre de 2022

Rutina 22

Camino todos los días el mismo recorrido. Para mí, ahora es habitual tener una cierta rutina que permita dedicarme a priorizar mis pensamientos. Merodeo sin más por la zona, sin ver realmente a nadie, sin ninguna intención más que mi propia obligación de mantenerme con vida.

Ocultas entre los páramos, me acechan las miradas, constantes y empeñadas en quebrarme. Con el más leve de mis disimulos, aprieto el paso mientras revuelvo mis pertenencias. Encuentro las llaves, las hago revolotear y encajo la llave en la cerradura. Mientras miro hacia atrás, doy un giro y un empujón: "Por fin, de nuevo en casa".

Me persigue y no lo sabe el diablo día y noche. Omnipotente, está ahí porque está, sin que lo racional corresponda con mis sentidos. Oculto bajo sus juicios, ahí está. Yo, maestro en la evitación, disimulo y paso junto a él cada día, cubierto de anonimato y sin esperar nunca más.

El pan vuelve a tener moho y también las paredes. Sacando una fuerza humana, aparentemente, prosigo con mis tareas habituales. Rompo la rutina con un descanso alargado durante horas, luego me inyecto una pequeña dosis de dopamina y me voy a la cama.

Mi cabeza le da vueltas a cómo sería ahora mi vida si tal o si cual, pero duermo correctamente todos los días. Levantarme correctamente ya es otra cosa, aunque sorprendentemente, aún me levanto.

Paisaje lluvioso y meditativo recorro con mis piernas. El alquitrán del aire se entremezcla con el olor a hojas humedecidas. Mis pies danzan mientras caminan, formando pequeños senderos que no volveré a recorrer hasta pasados meses. Estoy feliz, pero me falta algo. Tal vez sea Constancia.

La disonancia cognitiva es aquello que sufro diariamente, cuando me situo entre el mundo en el que sueño vivir y entre las conversaciones ajenas que dicen que así es la vida. Me aislo y me mantengo intacto, como el quinto paquete de fiambre que no sabe que algún día caducará sin que alguien lo haya consumido.

Me tedio durante días, me muerdo los bordes de las uñas y abro cicatrices al morderme también los nudillos. Cruzo las piernas, encorvo la espalda y centro mi visión en la pantalla brillante durante lo que aparentan ser décadas. Mis niveles de cortisol vuelven a aumentar. Otra vez irascible, pero ya me pasará.

Se me pasa, sin más. Me pregunto que será de los otros. Un día es un esfuerzo que no entra en mis capacidades, pero otro día ocurre sin más. Me pregunto de qué depende. Nunca hay respuesta que no implique un tiempo de proceso.

Mientras mi vida pasa completamente por delante de mis ojos, miro con indiferencia o con envidia, según el día, a los demás. O con admiración. Admiro y odio, necesito y rechazo. Me contradigo, pero me autorregulo y funciono. Me pregunto qué pensaría de mi yo actual el de hace cinco o diez años, por pura curiosidad y entretenimiento.

Soy una especie de robot aburrido y fuera de serie. Me siento tan especial, que prefiero aceptarlo sin más y disimularlo de cara a los demás, porque no le debería de importar a nadie menos a mí. Seguro que no soy el primer robot autoprogramable.

Corrección: Podría ser tan especial, pero me da tantísimo igual, que cada vez sé menos de todo, soy más torpe y pierdo facultades a un ritmo diría que interesante.

Lógica: Todo el mundo tiene sus distintas características, así que sentirse distinto suele ser un sesgo común e irracional, más teniendo en cuenta que ciertos factores, como la cultura del país donde se vive, el Estado o la última fotografía de Pablo Motos haciendo ejercicio, tienen una enorme influencia en nuestra forma de ser y pensar.

Realidad: Si de primeras he escrito que me siento tan especial, es que en el fondo tal vez lo piense. No tiene nada de malo pensarlo, pero me crea un gran sentimiento de rechazo, ya que es una de las principales excusas que tiene el ser humano para imponer las bobadas que se le pasan por la cabeza hacia los demás. Así que por eso digo que prefiero llevarlo como un proceso interno y no utilizarlo como herramienta de socialización. Y ya.

Por la otra parte, me desarrollo en lo que me interesa en ese mundo en el que vivo, así que no me quejo demasiado. He tenido que llegar a despedazarme para poder quitar aquel hongo que controlaba mi mente y no me permitía clasificarme como humano, en caso de serlo.

Ahora, un brazo aquí y otro allá; más conforme o inconforme; arda el mundo o me ocurra algo fantástico que me haga olvidarlo durante unos minutos; piense en real o me dope con la ficción, me enorgullezco de decir que ahora mismo soy yo, que me quiero y que aprecio con timidez, mucha privacidad y algo de secretismo lo que soy.

Tic, tac, tic, tac... Los días pasan, las horas escapan entre mis dedos y yo no puedo hacer otra cosa que no sea seguir cavando el hoyo. Me voy a dormir. "Ya, ya, como siempre".

Dedicado a l@s cuatro gat@s que me leéis: si estáis, decidme hola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario