martes, 8 de enero de 2019

Cortejando el último recurso

Bailando la danza del mundo me encuentro reflejado en el espejo del absurdo. Me miro y soy consciente de ello. No me siento integrado, pero sigo bailando. A través de los sitios y las horas, desvanezco cada parte que a lo largo de las negociaciones he entendido como feas, y refuerzo e intento mostrar las partes de mí que he podido entender como aprovechables.

Y mientras danzo, ahora en sueños, me imagino a mí mismo completamente aprovechable, como producto destacado en un gran almacen, esperando a ser consumido por todo el mundo, esperando a que digan: sí, es Él, claro que lo conozco, es increíble, cómpralo, consúmelo, ya estás tardando. Soñar en ser producto mientras odio la sociedad de consumo, disonancia número uno actual en mi vida.

Mientras tanto, entre crisis y crisis soy yo, y qué me queda más que eso. Yo soy el agrio del envase abierto y dejado en refrigerio hasta podrirse completamente. Continuo siendo el que ondea aquella bandera de aquella generación que se perdió entre brotes psicopáticos y fiebres de sueños imposibles de realizar, entre falta de empatía y empatía desproporcionada. Perdido entre una marabunta que sigue danzando, ahora yo danzo entre ellos, intento seguir el compás, mientras intento no pensar, dejo de mirar hacia delante e intento aspirar a nada. Mientras, al mismo tiempo, todo me es demasiado obvio, irrealizable y frustrante, y sigo recayendo y sigo sintiéndome estúpido, ridículo, hipócrita y fuera de lugar, deseando caer muerto y al mismo tiempo siempre teniendo la esperanza absurda de que puede que algún día todo cambie, y sabiendo que para saberlo no me queda otra que esperar.

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