Fella y Johnny reptaban lentamente entre los matorrales y plantas
silvestres cuando de repente el suelo sobre el que se situaba Johnny se
precipitó.
—¡Fella! —sollozó Johnny desde allí abajo— ¡No puedo subir!
—¡Johnny, joder, no! ¡No te preocupes! —intentó consolarlo como supo.
—¡No, Dios, no, esto es mucho más grave de lo que parece! ¡Debes marcharte
antes de que aparezca de nuevo y nos pille desprevenidos! —gritó Johnny
aterrorizado.
—¿De qué hablas? No debes temer por nada —dijo ella. ¿Cómo puedo
ayudarte desde aquí arriba?
—Estoy bien aquí —intentó trasmitir él—. Vete ya. No debes perder el
tiempo conmigo. Llevas años sin tener un encuentro con ello, y lo único
que puede ocurrir es que intentando ayudarme te retrase en tu camino.
¡Vete! ¡Sé ayudarme yo solo! —gritó él desde abajo.
—No tengo ni idea de qué cojones estás hablando. Déjate de cháchara y
dame de una vez la mano —insistió ella.
—¡No puedo hacerlo! ¡No! —replicó Johnny—. ¡Vete de una vez, por favor!
¡Te alcanzo en un rato, no puedo seguir tu ritmo!
—Será nunca —decidió ella.
Se quitó la máscara y ahí estaba, el fantasma de
siempre. Se marchó para siempre y el ciclo de nuevo volvió a empezar. O
todo eso creyó Johnny.
No hay comentarios:
Publicar un comentario