miércoles, 3 de abril de 2019

Mentiroso compulsivo

La épica de mi sorprendente relato es una mera interpretación subjetiva que destaca las partes por las que vivo y oculta por completo las partes que probablemente incitarían a la crítica ajena. Me he convertido en mi propio censor. Supresión como mecanismo de defensa, a veces noto que se me escapan las ganas de vivir de las manos y las echo antes a la trituradora, para luego volver a recogerlas y buscar la forma de volver a darles forma durante las semanas posteriores al golpe.

Se acabó abrirse y hablar de a quién quiero en mi vida. Aparentemente, dedico mi vida a mis aficiones, eso vendo que hago. Ni una referencia a la gente que aprecio, no sea que alguien sienta celos. Ni una mención a las personas que me tiraría, porque en mi mente no tengo casi filtro; son demasiadas.

Incorrecto, malo, inmoral, feo, absurdo, perdido, incompetente, insensible, inmaduro. Todos los golpes que me evito también me pasan factura, me tensan y duelen, mas no me dejan aceptarme. Me tiemblan los párpados solo de escribir estas líneas e intento evitar pensar que estoy roto para siempre.

Mi día a día ahora es bloquearme y someterme, a los demás y a mí mismo. Camino al metro, me paralizo y me tenso cuando estoy dentro, no sea que me hagan daño. Me encorvo al estar sentado, trago aire por la boca cuando como, me miro en el espejo, en los reflejos de los coches, pero últimamente nunca me encuentro. Me censuro al hablar, al pensar y al actuar. Muero de deseo, pero a la hora de la verdad tengo sexo disfuncional y quedo exactamente como el ridículo que siento de existir, mientras en mi mente, yo, desdoblado de la realidad, me veo un héroe, siento que puedo ser grandioso, hasta que tengo la posibilidad de serlo y elijo ser nada para no salir dañado, y me daño igual.

Me he vuelto un cobarde, un flojo, no aguanto los golpes y siento que uno a la semana ya es demasiado. Me los trago, pongo la otra mejilla a medias, ya con desconfianza, mientras repito a los demás el mantra de que todo se va a solucionar, pero siguen dándome golpes y no importa lo que diga ni lo que hagan, porque ya estoy tenso, y ya me pueden tratar bien, que ya no atiendo a razones y me encierro.

Y cuando todas las situaciones me cansan, cuando no veo alternativa, me sincero, y aunque no reciba golpes, no me siento tranquilo. Estoy traumatizado y agotado. Ya vendrán los golpes, ya vendrán. Tú mantente alerta, me repito.

[Este texto fue escrito hace unas semanas, antes de sincerarme, o tal vez justo después de ello; ahora todo tiene un poco más de sentido y hay algo más de tranquilidad y coherencia].

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